27 oct 2009

CENTRALIDAD DEL TRABAJO. LUIS RAZETO.doc

CENTRALIDAD DEL TRABAJO
Y ECONOMÍA SOLIDARIA
Luis Razzeto

En los últimos años se ha venido renovando e intensificando la búsqueda teórica y práctica -tanto a nivel del pensamiento creativo como de la experimentación social concreta- de formas económicas nuevas, alternativas, que apuntan a encontrar y perfeccionar otros modos de hacer economía. Tales búsquedas, que tienden a poner el trabajo por sobre el capital, a hacer predominar la solidaridad sobre el individualismo y el hombre sobre los productos y factores materiales, pueden expresarse sintéticamente con los enunciados "centralidad del trabajo" y "economía de solidaridad".
           Decir centralidad del trabajo y economía de solidaridad es enunciar algo distinto a lo que existe como realidad predominante en las economías y sociedades contemporáneas. Muy explícito en ambas formulaciones está el distanciamiento crítico de las estructuras económicas vigentes y la proyección de una realidad distinta. Con ambas expresiones se enuncia un proyecto o al menos una orientación teórica y práctica profundamente transformadora.
Enfoque crítico y transformador.
           Ni la economía actual es solidaria, ni en ella se manifiesta la centralidad del trabajo. Al contrario, un análisis de la misma nos pone frente al predominio y centralidad del capital y del Estado, respecto a los cuales el trabajo se encuentra en situación subordinada y periférica; y frente a una organización social en que compiten por el predominio los intereses privados individuales con los intereses de las burocracias y del Estado, en un esquema de relaciones basadas en la fuerza y la lucha, que relegan a un lugar muy secundario tanto a los sujetos comunitarios como a las relaciones de cooperación y solidaridad.
           Expresar esta orientación crítica y transformadora respecto de las grandes estructuras que caracterizan la economía moderna y contemporánea no significa que todo lo que se encuentra en ellas sea juzgado negativo y que deba ser cambiado, ni que no exista ya en la actualidad bastante de lo que expresamos como centralidad del trabajo y economía de solidaridad. Al contrario, los contenidos y formas de una y otra los sabemos presentes y operantes, bregando por crecer y expandirse en un contexto económico y social en que, si bien predominan las estructuras y relaciones capitalistas y estatistas, no llegan a constituir un sistema cerrado e indiferenciado internamente.
           Desde la "grande crisis" de los treinta sabemos que no es posible un capitalismo homogéneo que pueda prescindir de una consistente y sustancial dosis de economía pública y estatal; desde el actual derrumbe del socialismo real sabemos que no es posible un estatismo homogéneo, que pueda prescindir de una consistente y sustancial dosis de economía individual y privada.
           Lo que tenemos aún que aprender es que estas economías mixtas en que ambos, el capital y el Estado, convergen en la subordinación del trabajo y de las relaciones de comunidad y solidaridad, están lejos de constituir adecuadas respuestas a las necesidades, aspiraciones y fines de los hombres. Al contrario, si bien estas economías muestran ser eficientes en la generación de riqueza, lo son también en la generación de pobreza; si bien muestran capacidad de producir abundantes bienes, son también potentes en la producción de males; si bien permiten la satisfacción de una parte de las necesidades humanas, dificultan e inhiben la satisfacción de otras, dando lugar a una muy insatisfactoria calidad de vida.

El ser humano merece más.
           Lo que sostengo es que el predominio del capital y del Estado en las economías y sociedades modernas y contemporáneas, si bien ha dado lugar a grandes empresas y a muy poderosos Estados, ha significado también que exista hoy una inmensa mayoría de hombres y mujeres pequeños, inseguros, dependientes, temerosos, insatisfechos, sufrientes, débiles y bastante infelices. Y sostengo también que el hombre está llamado a mucho más, y que está en sus potencialidades el lograrlo, siendo caminos apropiados los que conducen a la centralidad del trabajo y a una economía más solidaria.
           Que la reducción del hombres a esa condición lamentable sea debida al capitalismo y al estatismo predominantes no me prece difícil de comprender. El trabajo es la actividad y el medio principal a través del cual el hombre desarrolla sus potencialidades, toma posesión de la realidad y la transforma según sus necesidades y fines, manifiesta y acrecienta su creatividad, se abre el camino al conocimiento, humaniza el mundo y se autoconstruye en niveles crecientes de subjetividad.


Los interrogantes.
            La multiplicación de las iniciativas de apoyo a los talleres laborales y microempresas, a través de variados instrumentos de financiamiento, asistencia técnica, capacitación, comercialización e integración organizativa, suscita numerosos interrogantes sobre los posibles desarrollos que puedan experimentar estas pequeñas unidades económicas.
            ¿Podrán ellas afirmarse y consolidarse en el contexto de un mercado crecientemente exigente en cuanto a la calidad de los productos y servicios ofertados, en el que deben enfrentar una difícil competencia frente a productores muchísimo más poderosos, en una economía crecientemente internacionalizada, en un contexto de veloces innovaciones tecnológicas a las que ellas no tienen acceso significativo? ¿Cuáles son sus posibilidades de crecer y llegar a constituir verdaderas unidades empresariales si se abren para ellas las oportunidades de crédito? ¿Está su destino vinculado a los mercados locales y populares, o es más bien en una relación subordinada a las empresas mayores para las que produzcan o comercialicen, que ellas podrían desarrollarse y mantenerse vinculadas a las dinámicas de la economía moderna? ¿Son los talleres y microempresas una fuente de la que han de brotar nuevos y numerosos empresarios capitalistas, o son más bien la base para la formación de una nueva clase trabajadora? ¿Serán parte de un sector relativamente autónomo de economía popular de solidaridad y trabajo, en el que se encuentren y enriquezcan valóricamente en contacto con otras experiencias asociativas y autogestionadas? ¿Serán capaces, en su proceso de crecimiento e inserción a los mercados, de mantener y desarrollar aquellos rasgos que las diferencian de los otros tipos de empresas? ¿A través de qué instituciones y normas jurídicas podrían superar su "informalidad" y alcanzar adecuado reconocimiento?
           Estas y otras preguntas son formuladas por distintos grupos de personas. Ante todo, por los propios integrantes de los talleres y microempresas, inquietos por su destino y el de sus inversiones, que si bien son materialmente pequeñas les implican grandes riesgos a nivel personal y familiar. Luego, por los organismos e instituciones públicas, no-gubernamentales y privadas, que han optado por comprometer sus recursos y capacidades profesionales en un proceso que ven con creciente interés pero que les plantea demasiadas incertidumbres. También, por los responsables de las políticas sociales y económicas del Estado, que han visto en ellas un modo de encarar los grandes desafíos de la pobreza y de la falta de empleos. Finalmente, por quienes las apoyan y se comprometen con estas experiencias en cuanto aprecian en ellas los gérmenes de un nuevo modo de hacer economía.
           Las interrogantes surgen, además, desde diferentes enfoques y perspectivas teóricas e ideológicas. Inquieta a algunos que estas experiencias puedan significar un reforzamiento del capitalismo, un paliativo frente a su crisis, una desviación de los esfuerzos liberadores del pueblo, una falsa esperanza. Inquieta a otros, al contrario, que ellas no signifiquen una vía efectiva de integración a la modernidad, y en consecuencia que los esfuerzos que se hacen por apoyarlas con recursos financieros y humanos terminen desvaneciéndose. Preocupa a terceros que estas formas populares, informales y apoyadas de hacer economía terminen poniendo serios problemas a las empresas mayores y al comercio establecido, implicando algún tipo de competencia ilegítima.
            Las reflexiones que en este artículo queremos proponer respecto al futuro de los talleres laborales y microempresas, pretenden aportar elementos de respuesta a esos interrogantes e inquietudes. El punto de vista desde el cual reflexionamos no se origina en los mencionados enfoques ideológicos. Nuestro análisis parte de una perspectiva epistemológica según la cual los sujetos de las iniciativas y experiencias determinan su evolución según sus modos de pensar, de sentir, de relacionarse y de actuar, en el marco de una realidad dada que las condiciona y limita al mismo tiempo que les abre diversas oportunidades y alternativas posibles. Nuestro análisis se basa, además, en una concepción teórica que postula que las organizaciones económicas tienen alguna cierta identidad particular y proceden con una determinada racionalidad especial que comparten con otras organizaciones similares, de manera que sus potencialidades de desarrollo se enmarcan y consisten fundamentalmente en el despliegue de dichas identidad y racionalidad.
           ¿Talleres laborales o microempresas: unidades de trabajo autónomo o pequeñas inversiones de capital?
           La primera cuestión a resolver se refiere, pues, a la identidad de las pequeñas unidades económicas que han sido tradicionalmente llamadas "talleres" y que más recientemente se las está denominando "microempresas". La cuestión del nombre, del término con que se las identifica, es importante a los efectos de responder a las interrogantes que suscitan estas reflexiones. En efecto, el nombre de una experiencia, de un fenómeno o proceso social, es su primera "carta de presentación", su modo de hacerse presente y de ser reconocido en el mundo social y cultural, la expresión primaria de su identidad.
           Los sujetos que organizan estas pequeñas unidades de producción y comercialización tienen dificultades para asumir como propia la denominación de "microempresas". Ellos, en su inmensa mayoría, no se sienten empresarios, aunque el prefijo "micro" les torna más aceptable el vocablo. Para referirse a su unidad productiva o comercial usan expresiones como éstas: "mi taller", "mi trabajo", "mi local", "mi lugar de trabajo", "mi oficio"; para referirse a su patrimonio, a sus pequeñas inversiones y a sus medios de producción, rara vez hablan de su capital, sino que los identifican como sus herramientas y sus medios de trabajo. A través de éstas y otras parecidas expresiones ponen de manifiesto un hecho esencial, que aparece claramente cuando son interrogados sobre la identidad de su actividad económica y sobre su propia figura como sujetos económicos: ellos se piensan a sí mismos, en su inmensa mayoría, como trabajadores independientes, como trabajadores que poseen sus propios medios de trabajo, como artesanos; rara vez como empresarios, nunca como capitalistas.
           Esta auto-identificación tiene profundas raíces culturales que no es el caso de indagar y exponer en esta ocasión; pero vale de paso hacer referencia a la desaprensión con que se ha introducido y difundido el término "microempresa" por parte de los agentes externos que buscan apoyar estas experiencias, y que al hacerlo inducen a modificar la autopercepción personal y social de grandes multitudes de personas. ¿Se ha considerado que detrás de la percepción propia y ajena de lo que se hace, hay identidades, actitudes, expectativas, aspiraciones y deseos comprometidos?
           Esta observación no implica objetar la palabra microempresa ni desvalorizar el propósito que con ella se persigue. En efecto, los talleres y pequeñas unidades productivas y comerciales a que se refiere el término son efectivamente empresas, si por ello entendemos unidades de gestión que utilizan autónomamente un conjunto de factores económicos y cumplen las funciones de producción, comercialización, administración, etc. En la mayoría de los casos se trata también de unidades tan pequeñas, en las que opera un número muy reducido de trabajadores, que bien se justifica el prefijo "micro". Que quienes las organizan desarrollen su espíritu emprendedor, su iniciativa innovadora y su participación en los mercados, es también un propósito correcto y conveniente que la expresión "microempresa" puede favorecer. Lograr que quienes trabajan independientemente o de manera asociativa en sus pequeñas unidades económicas, asuman concientemente su calidad de emprendedores y gestores de empresas, ha sido y es un objetivo en el que también nos empeñamos.
            Pero el problema es otro y se refiere precisamente a la identidad y racionalidad de estas pequeñas y heterogéneas experiencias económicas. Ellas son empresas, pero no son empresas del tipo convencional, ni a ellas pueden atribuirse las características y connotaciones que la teoría económica suele suponerles. En efecto, en la "teoría de la empresa" se entiende por tal una  inversión de capital que, en combinación con otros factores contratados y que implican costos, busca maximizar la rentabilidad del capital invertido. Esta formulación del concepto de empresa les supone una determinada lógica o racionalidad económica, que es aquella propia de un tipo particular de empresas, las llamadas empresas de capital o capitalistas, que no es la que se manifiesta en la mayor parte de los talleres o microempresas que se forman en los sectores y ambientes populares.  
           Gran parte de las iniciativas que reconocemos como talleres o microempresas no son, en efecto, verdaderas inversiones de capital, ni su racionalidad está dada por la lógica de rentabilización del capital invertido. Muchísimas de ellas son, en efecto, un modo de emplear de manera autónoma las propias fuerzas de trabajo; son una alternativa al trabajo asalariado o dependiente, y no una alternativa a la colocación del propio capital en el sistema financiero o en empresas ajenas. Este no es un hecho secundario sino esencial, pues de él depende la racionalidad económica que se manifiesta en su modo de organización y operación. Mal podrían ser "unidades de inversión de capital" cuando nacen con tan exigua dotación de este factor. Lo que hacen los organizadores de los talleres o microempresas, es invertir su trabajo, y en tal sentido han de ser reconocidas como empresas de trabajo o fundadas en el trabajo, donde es éste el factor predominante y central. Ello implica una racionalidad económica y una lógica operacional muy diferente a la que se manifiesta en las empresas de capital y que ha sido erróneamente extendida por la teoría económica a las empresas en general.
           Nuestra preferencia por la expresión "talleres laborales" frente al de "microempresas" tiene esta razón fundamental. Adicionalmente se basa también en el hecho de que el universo de las experiencias que interesan desde el punto de vista de las políticas sociales y de los instrumentos de apoyo generados en el marco de iniciativas tendientes a la superación de la pobreza y a la creación de alternativas de empleo, no corresponde al que queda definido con el término microempresa, habitualmente operacionalizado en base al número no superior a nueve trabajadores ocupados en ella. Tal modo de delimitar el "sector" de la microempresa incluiría importantes y no precisamente populares empresas de ingeniería, oficinas de abogados, despachos médicos, boutiques de lujo, etc. Vamos, pues, a la racionalidad económica de los talleres laborales o microempresas de la economía popular.
           Algunos rasgos básicos de la racionalidad de las pequeñas empresas de trabajo.
           Identificar la racionalidad de un determinado tipo de empresas implica responder a tres cuestiones centrales: a) ¿Cuál es el objetivo económico que persiguen los organizadores al crearlas y que los guía en su toma de decisiones? b) Cuáles son las variables principales que, estando bajo control de los empresarios, deben balancear para alcanzar el máximo cumplimiento de dicho objetivo (lo que se entiende como "punto de equilibrio"? c) ¿Cómo se determina el "tamaño óptimo" de la unidad económica, y en qué forma se desarrolla ésta hasta alcanzarlo?
           Despejemos ante todo el hecho esencial de que los talleres y microempresas persiguen, como cualquier otro tipo de empresas, maximizar beneficios y utilidades. Es preciso sin embargo, inmediatamente, precisar que la maximización de beneficios puede tener muy diversas expresiones y significados. Por ejemplo, las instituciones y empresas "sin fines de lucro", lo que persiguen en su propia racionalidad económica es la maximización del beneficio que ellas puedan proporcionar a terceros, a los "beneficiarios" precísamente, en función de los cuáles se han constituido y tiene sentido su existencia como empresas que declaran no tener como objetivo principal las propias ganancias. En el caso de los talleres y microempresas, el objetivo principal que orienta sus decisiones no es de este tipo altruista: ellos buscan, en efecto, maximizar el beneficio de sus propios organizadores e integrantes. 1*
           Pero debe hacerse una importante precisión y diferenciación, atendiendo a cuál sea el sujeto organizador y la conformación de sus integrantes. En efecto, si nos limitamos a los casos más relevantes, puede tratarse de: a) una persona; b) una familia; c) un grupo u organización social. Distinguimos, en efecto, talleres o microempresas personales, familiares o asociativos. El objetivo y beneficio que se busca será pues, personal, familiar o grupal, según el caso .
           Trátese de una persona, una familia o un grupo, el beneficio presenta un carácter esencialmente humano: es el beneficio de un sujeto. No significa esto que no tenga un contenido material o financiero; pero este beneficio material o financiero es concebido y medido como tal beneficio en cuanto lo es de un sujeto. En otras palabras, el beneficio máximo que persiguen los talleres y microempresas, consiste en un máximo de satisfacción (personal, familiar o grupal) de las propias necesidades, aspiraciones y deseos, posible de obtener mediante aquella organización y actividad económica . Desde el punto de vista de la inversión efectuada, el objetivo operacional no es otro que la máxima valorización del propio trabajo y del conjunto de factores propios empleados en la actividad.
           Que objetivamente es éste el objetivo racional de estas pequeñas unidades económicas quedará más claro examinando el modo en que se obtiene y las variables que inciden en su logro.
           La máxima satisfacción del o de los sujetos implica y se obtiene en este caso mediante la generación de ingresos económicos netos destinados preferentemente al consumo: con ellos las personas pueden adquirir los bienes y servicios que precisan para satisfacer sus necesidades. Sin embargo, como la generación de los ingresos se realiza principalmente mediante la explotación de los propios recursos humanos (del propio trabajo, que incluye esfuerzo físico, atención, creatividad, gestión, etc.), la obtención de beneficios queda limitada por las capacidades y disposición a utilizar esos recursos personales propios. En efecto, en el uso de los propios recursos humanos están involucrados sacrificios y satisfacciones.
           Esto establece otra diferencia esencial entre las empresas fundadas en el trabajo y las que se levantan sobre el capital. En cuanto el capital está conformado básicamente por recursos materiales y financieros, su explotación por parte de quienes los poseen no tiene otros límites que su rentabilidad: no hay limitación en cuanto a la duración e intensidad de su explotación, más allá del simple cálculo de su máximo rendimiento y rentabilidad. La persona humana, en cambio, es capaz de decir "basta, no deseo continuar trabajando".2*
           Expresemos esto de otro modo. Buscando maximizar los beneficios mediante el uso de sus propios recursos humanos, esto es, persiguiendo la máxima valorización del trabajo propio, los talleres y microempresas deben balancear y alcanzar el punto de equilibrio entre dos variables básicas: por un lado, la duración e intensidad del propio trabajo, y por otro, el monto de los ingresos resultantes.
Obviamente, ambas variables se encuentran relacionadas: a mayor duración e intensidad del trabajo, mayores serán los ingresos que se obtengan. Pero como las personas no están dispuestas a incrementar sus ingresos hasta el punto de caer inertes, llega un momento en que deciden dejar de obtener ingresos, porque ello no les compensa el sacrificio de continuar trabajando. En realidad, ellas dejan de trabajar mucho antes, y exactamente en el momento en que estiman que continuar haciéndolo implica un sacrificio o desutilidad mayor a la satisfacción o utilidad que les reportan los incrementos de ingreso que obtendrían mediante ese tiempo adicional de trabajo.
           El equilibrio entre estas dos variables claves puede representarse en términos de un análisis marginal, teniendo en cuenta que:
  1. A medida que aumenta la duración e intensidad del trabajo, cada unidad adicional (cada "hora de trabajo" que se agrega en el día) significa un sacrificio marginal creciente. Las primeras horas de trabajo implican probablemente reducido sacrificio e incluso satisfacción, pero a medida que se prolonga la jornada va aumentando la fatiga y el desgaste personal implicado en el trabajo.
  2. A medida que aumentan los ingresos, su utilidad para el sujeto va decreciendo. Los primeros ingresos son de máxima utilidad, pues con ellos se obtienen los bienes básicos para la subsistencia; a medida que crecen los ingresos, pueden satisfacerse necesidades y deseos menos imperiosos. Las variables claves son, pues, las de "fatiga del trabajo marginal" y "utilidad del ingreso marginal".
           El movimiento de ambas variables puede representarse gráficamente.
En la ordenada se indica el tiempo e intensidad del trabajo y en la abscisa el monto de los ingresos.


Figura1

           La curva AB indica el grado de fatiga o sacrificio personal correspondiente a la adquisición de la unidad de ingreso marginal marcado sobre la abscisa. La curva CD representa la utilidad marginal de estas unidades para la persona, familia o grupo que explota la unidad económica.
           Mientras la curva de utilidad marginal de los ingresos se encuentre por sobre la de fatiga marginal del trabajo, el sujeto continuará produciendo, pues estará incrementando su satisfacción y utilidad; dejará de hacerlo en el punto en que ambas curvas se crucen, pues desde aquél momento en adelante se verifica una situación en que el sujeto disminuye su satisfacción y bienestar. "
           Este equilibrio de cortísimo plazo (un día, una semana), no es estático sino oscilante, pues depende de condiciones objetivas y subjetivas: estado de ánimo, voluntad de logro, cansancio, necesidades de ingreso de corto plazo, ingresos efectivamente obtenidos, etc. Lo cierto es que el sujeto, atendiendo a estas y otras circunstancias, decide en un momento cerrar el negocio y dar por concluída su jornada. En muchos casos, especialmente cuando se trata de trabajo "informal" por cuenta propia, la decisión se toma diariamente de manera distinta (cuando el trabajador o microempresario decide que "ha hecho el día"); en otros casos, especialmente cuando se trata de un establecimiento productivo y comercial, el equilibrio queda establecido de manera estable para un período prolongado, en el momento en que se fija el horario normal de trabajo y atención a los clientes.
           Las posibilidades de crecimiento y capitalización de las microempresas.
           Mientras el taller o microempresa opere con un volúmen fijo y reducido de capital, el tamaño de la empresa y su nivel de operación dados por este punto de equilibrio no experimentarán variaciones significativas. Se dará, con todo, una expansión lenta y paulatina, en base al incremento de la productividad del trabajo, al aprendizaje de mejores formas de organización y gestión, a la introducción de innovaciones tecnológicas inventadas por ellos mismos, a la consolidación y aumento de la cartera de clientes, etc. Creciendo de este modo, el taller o microempresa mantendrá su racionalidad de empresa basada en el trabajo.
           Ahora bien, la misma búsqueda de la máxima satisfacción en base a las variables que determinan el equilibrio de cortísimo plazo implica una dinámica de crecimiento de mediano y largo plazo, cuya lógica es importante de comprender para responder a las interrogantes que planteamos al comienzo. Dicho en forma simple, se trata de una poderosa tensión y tendencia hacia el incremento de la dotación de capital propio, que se manifiesta en el esfuerzo por disponer de más y mejores medios materiales y técnicos de producción.
           En efecto, la disposición de mejores y más eficientes medios materiales y técnicos incide positivamente sobre las dos variables claves que determinan el punto de equilibrio. Por un lado, permite incrementar la producción y consecuentemente los ingresos; por otro, facilita el trabajo y lo torna menos fatigoso. El trabajador podrá reducir su jornada laboral y al tiempo incrementar sus ingresos. En otros términos, operando con medios materiales y técnicos de mayor productividad, el punto de equilibrio se desplaza hacia abajo y a la derecha del gráfico, en una forma que podría representarse aproximadamente así:
Figura2
        
 3*  Esta dinámica de mediano y largo plazo incide de manera significativa sobre el futuro y las perspectivas de desarrollo de los talleres y microempresas, que puede o no, dependiendo del modo en que se verifique el proceso de capitalización, determinar un cambio estructural que altere o transforme su racionalidad económica original como empresas basadas en el trabajo.
           Tres son las principales modalidades de financiamiento que tienen los talleres y microempresas, a través de las cuales pueden incrementar su capital. Básicamente: a) El ahorro y reinversión de una parte de los ingresos y utilidades operacionales; b) El recurso al crédito en el mercado de capitales "normal"; c) El acceso a créditos subvencionados que proporcionan instituciones de apoyo, fondos rotatorios, cooperativas de ahorro y crédito, etc..
           El ahorro y reinversión de una parte de las utilidades operacionales es posible cuando éstas superan los requerimientos de ingresos del sujeto (persona, familia o grupo) para su consumo y satisfacción de necesidades imprescindibles. La lógica de este proceso de reinversión de utilidades consiste, simplemente, en sacrificar consumo y bienestar presente en función de incrementarlo en el futuro. Este modo de capitalización, obviamente, en nada altera la racionalidad del taller o de la microempresa fundada en el trabajo, sino que, por el contrario, la refuerza y consolida .
           Con este modo de capitalización el crecimiento posible de realizar será lento pero extraordinariamente seguro. Si la unidad económica ya antes de la inversión era viable y eficiente hasta el punto de generar excedentes que superaban los requerimientos de remuneración del trabajo de sus integrantes, puede esperarse que su operación con mejores medios materiales y técnicos (por los cuáles no debe incurrir en costos financieros porque son propios de la empresa), lo será aún más: el trabajo de sus integrantes obtendrá recompensas cada vez más elevadas.
           Ahora bien, si el taller o microempresa no genera utilidades suficientes para desarrollar su dotación de "capital" en los niveles deseados por el microempresario o trabajador por cuenta propia, podrá recurrir a alguna de las modalidades de crédito. Se verá fuertemente motivado a hacerlo, en la medida que tenga posibilidades reales de acceder a ellas.
           Sin embargo, el financiamiento mediante créditos del sistema bancario "normal" plantea importantes dudas y severos interrogantes. Al taller o microempresa que se financia en esta forma le ocurren varias cosas, que modifican su modo de operación económica. Básicamente, sucederá que su gestión y operación estará atravesada por las exigencias propias de la rentabilización del capital externo con que opera. Obviamente, la magnitud del cambio depende del monto y condiciones del financiamiento obtenido. Para comprenderlo, supongamos que una microempresa familiar obtiene un crédito a 24 meses por 2.100.000 pesos, por los que debe pagar amortización e intereses que ascienden a 139.000 pesos mensuales, situación que corresponde a la realidad actual de los créditos bancarios para microempresas. Supongamos también que en la operación normal antes de éste incremento de capital, generaba utilidades mensuales promedio de 200 mil pesos, que cubrían las necesidades de la familia. En tal caso, la utilización del crédito obliga a la microempresa a duplicar su volúmen de utilidades para responder, ahora, tanto a los requerimientos del trabajo como a los del capital. La presión a que se verá sometida la familia desde ese momento será enorme. El pago del crédito se convertirá en su principal preocupación, pues si no lo logra la microempresa deberá cerrar. Se incrementarán los gastos de administración y comercialización. Es posible que para utilizar eficientemente los nuevos medios materiales la fuerza de trabajo familiar resulte insuficiente, por lo que tendrá que contratar fuerza de trabajo externa. Supongamos que para operar adecuadamente los equipos adquiridos con el crédito deba contratar un trabajador, con un costo salarial global de 80.000 mensuales. Solamente para cubrir el crédito (139.000 pesos) y este gasto salarial adicional (80.000 pesos), sin que la operación reporte a la familia microempresaria ningún incremento de sus ingresos corrientes, el capital invertido deberá alcanzar una rentabilidad mensual de 10.4 %. Mientras tanto, el trabajo del microempresario se acrecentará con cargas administrativas relevantes. 4*
           Salgamos de la realidad y pongámonos en un punto de vista ideal, haciendo el supuesto de que las microempresas puedan obtener créditos bancarios a la misma tasa de interés que las empresas mayores. La pregunta de fondo es si dicha inversión podrá cumplir con la rentabilidad necesaria. Teóricamente sería de esperar que, si la unidad económica es normalmente eficiente, no debiera enfrentar problemas para obtener la que en definitiva no es sino la rentabilidad esperada normal del capital. Pero en ese nivel tan pequeño de inversión el capital no responde a lo que puede considerarse normal en el mercado, entre otras razones, porque el mercado particular de una microempresa es casi de competencia perfecta, situación que no corresponde a aquella en que se encuentra el capital en la economía global. El nivel de riesgo en que empieza a funcionar la microempresa así capitalizada se multiplica, al mismo tiempo que se reduce sustancialmente su flexibilidad para operar en el mercado y ajustarse a las oscilaciones e inestabilidad de la demanda que son características de la operación comercial de las microempresas.
           Esta inseguridad de las pequeñas inversiones de capital es una de las razones que explican las reticencias del sistema bancario para proporcionar créditos a las microempresas, y se entienden perfectamente las elevadas exigencias de garantías y avales que acostumbran ponerles. La otra razón es, naturamente, que operar en tan pequeñas cantidades implica muy superiores costos de administración para los bancos.
           Ahora bien, supongamos que la microempresa, como resultado de una primera operación exitosa, llegue a convertir el crédito bancario en su modo normal de financiamiento. En tal caso es altamente probable -dado su exiguo capital inicial- que sus pasivos se equivalgan, o casi, con sus activos, esto es, que funcione habitualmente en base al capital externo y con patrimonio nulo o casi nulo. En la medida que sus necesidades financieras se tornen crecientes, el microempresario irá dejando de gestionarla en función de su propia satisfacción, pues estará fuertemente condicionado por la dinámica de los créditos y pagos. Desde ese momento la operación de la micro o pequeña empresa estará presidida por la necesidad de rentabilizar el capital, y su racionalidad económica predominante se habrá vuelto capitalista. Sólo que, como el capital no es propio sino externo, las principales ganancias las obtendrá el banco que la financia, para quien el microempresario continuará trabajando.5*
           Nada más difícil de sostenerse en el tiempo que una pequeñísima empresa capitalista en una economía capitalista. Es posible que algunas lo logren; es posible que algunos trabajadores que emprendieron el camino del trabajo autónomo o de la microempresa familiar lleguen a convertirse en pequeños capitalistas. Pero la inmensa mayoría de quienes lo intenten quedarán seguramente en el camino. Porque no ha de olvidarse que las empresas basadas en el capital quiebran una sola vez.
           Afortunadamente el mercado financiero capitalista -la banca privada-, los excluye antes de que inicien este camino de frustración. Y también afortunadamente los propios trabajadores y microempresarios populares desconfían del crédito bancario y del capital, porque han sufrido y conocen su avidez.
           El tercer camino de capitalización para los talleres y microempresas es el acceso a créditos subvencionados o específicamente destinados a apoyar el desarrollo de los talleres y microempresas (fondos rotatorios, fondos cooperativos, etc.), que se implementa a través de instituciones y programas de apoyo sin fines de lucro. Al contrario de cuanto acontece con el crédito bancario "normal", éste constituye un modo de financiar la capitalición de los talleres que, dependiendo de los mecanismos y criterios que se utilicen en su otorgamiento, puede consolidar y desarrollar estas unidades económicas sin afectar su viabilidad ni poner en cuestionamiento su racionalidad especial de economía fundada en el trabajo. Para que ello se verifique es preciso que se den algunas importantes condiciones. Entre ellas las siguientes:
           a) Que las operaciones de crédito estén acompañadas de un cuidadoso análisis y evaluación de cada proyecto que financian.
           b) Que en la lógica del otorgamiento de los créditos por parte de las instituciones que los otorgan, el objetivo perseguido sea el incremento real del patrimonio o "capital propio" de la unidad económica beneficiada, excluyendo la alternativa de su financiamiento permanente en base a crédito y capital externo. Actuar de este modo supone que quienes otorgan el crédito ponen los intereses del beneficiario por encima de los propios.
           c) Que el proceso de apoyo crediticio incluya instancias de capacitación, asistencia técnica y otras actividades que tiendan coherentemente a valorar y reforzar la capacidad emprendedora junto con la racionalidad económica especial de estas microempresas fundadas en el trabajo.
           La experiencia parece estar demostrando que esta forma de capitalización de los talleres y microempresas resulta exitosa. El estudio mencionado (ver nota 1) sobre créditos otorgados por la Fundación Trabajo para un Hermano muestra, por ejemplo, que a través de créditos de muy bajo monto (en este caso el promedio fué de 191.000 pesos) el reforzamiento del proceso de acumulación es significativo, ya que el taller no solamente capitaliza el crédito que obtiene sino que, además, parte de las ganancias producto del aumento de las ventas las destina a incrementar su patrimonio. Debe destacarse, sin embargo, que a medida que el monto del crédito aumenta, el efecto de acumulación es decreciente.6*
  Sobre la eficiencia de los talleres y microempresas de la economía popular.
           De los precedentes análisis y reflexiones podría quedar una sensasión desilusionante sobre el futuro y las perspectivas de los talleres y microempresas. En efecto, alguien podría concluir que los límites a su crecimiento están dados por una ineficiencia estructural para obtener tasas normales de rentabilidad del capital, lo cual implicaría una incapacidad para competir y desarrollarse en el mercado. Y muchos se preguntarán qué puede esperarse de unidades económicas tan pequeñas, cuyo crecimiento se encuentra inevitablemente limitado y es muy lento, pues se basa exclusivamente en la capitalización de sus exiguos excedentes y en el acceso a también exiguas y reducidas oportunidades de financiación solidaria o subvencionada. Porque ¿puede alguien creer de verdad que no unas pocas excepcionales, sino cientos de miles de talleres y microempresas, crezcan en base a créditos bancarios hasta llegar a ser pequeñas y medianas empresas que generen utilidades normales, funcionando en el contexto de una economía crecientemente exigente, de un mercado dinámico, abierto y desprotegido, donde deben enfrentar una difícil competencia frente a productores muchísimo más poderosos, en el contexto de una economía crecientemente internacionalizada que se caracteriza por muy veloces innovaciones tecnológicas a las que ellas no tienen acceso significativo? No lo creen los empresarios y economistas liberales que saben de ventajas comparativas y de las exigencias del capital. No lo creen los críticos del capitalismo que denuncian su lógica de acumulación y la dinámica de la concentración de capitales. No lo creen los que buscan una economía a escala humana y valoran lo pequeño porque hermoso. Esta vez el consenso pareciera tener la razón.
           Pero esta conclusión pesimista deriva de mirar las cosas desde un punto de vista incorrecto. Intentemos entonces ponernos en una óptica diferente, que nos permita mirar las cosas tales como son. Ante todo, examinemos la cuestión de la eficiencia real y actual del trabajo por cuenta propia y de los talleres y microempresas de la economía popular.
           Reconozcamos en primer lugar que la inmensa mayoría de esa tercera parte al menos de la fuerza de trabajo del país, que ha emprendido actividades de economía popular, no son empresarios chiquititos sino trabajadores que, ante la imposibilidad de encontrar empleo o ante la insatisfacción por un tipo de trabajo dependiente que no les satisface económica ni moralmente, han emprendido un camino distinto de solución a sus necesidades económicas. Que al buscar este modo de trabajo, aspiran básicamente a generarse ingresos correspondientes a su esfuerzo laboral, trabajando en lo propio. Sus aspiraciones y expectativas, en cuanto a resultados de su actividad, son la obtención de ingresos equivalentes o superiores a los que podrían obtener contratando su fuerza de trabajo en empresas ajenas, y realizar un trabajo estable, con sentido, posiblemente creativo y rico de contenidos, que les permita una vida digna junto a sus familias. No es poca cosa; en verdad, si cientos de miles de personas y familias lo logran, sería algo extraordinario. Algo que sabemos y que cada uno de ellos sabe, que jamás podrá proporcionárselo satisfactoriamente el trabajo asalariado y dependiente, dadas las muy limitadas oportunidades de calificación técnica y profesional que ellos tienen.
           Reconozcamos, luego, que en este empeño, el trabajo por cuenta propia, los talleres laborales y las microempresas populares demuestran tener una eficiencia extraordinaria, mayor a la de los otros tipos de empresas que predominan en el país, y que resiste cualquier comparación con cualquiera de los indicadores de la economía "formal". ¿En base a qué lo afirmamos?
           En primer lugar, tengamos en cuenta que la fuerza de trabajo con que se inició esta economía popular es aquella "descartada" por el mercado, las empresas y el sector público, por su menor productividad y calificación. En segundo lugar, veamos que los medios materiales (herramientas, máquinas, etc.) son rudimentarios, en muchos casos decididamente obsoletos, y en general aquellos desechados por las empresas modernas. En tercer lugar, que las materias primas con que producen suelen ser las de más baja calidad, precísamente aquellas que no pueden ser utilizadas adecuadamente por las empresas; a menudo recicladas. En cuarto lugar, que la localización de los pequeños talleres y sus lugares de venta son generalmente marginales, aquellos en que difícilmente los empresarios pensarían, ni siquiera como hipótesis, en instalarse. En quinto lugar, que el know how, la tecnología y las informaciones que manejan los gestores de estas actividades son escasas, limitadas y extraordinariamente parciales. En fin, tengamos en cuenta que el volúmen de capital con que producen, en una inmensa cantidad de casos, no supera el sueldo de un mes de cualquier profesional.
           Pues bien, estas unidades económicas basadas en el trabajo, operando con tan exiguos, deteriorados y escasos medios y factores de producción, logran funcionar, dan ocupación a una, dos o cinco personas, y les proporcionan ingresos que les alcanzan al menos para subsistir. Ellos ¡han hecho economía y convertido en productivos, recursos y factores que ningún otro tipo de empresa pensaría siquiera en utilizar, porque no podrían obtener de ellos rentabilidad alguna. ¿Dónde algo más eficiente que ésto? ¿La productividad del capital? Pues, ¿dónde una inversión de 500 mil pesos podría generar 100 mil pesos de utilidades mensuales? ¿Qué empresa está en condiciones de generar empleo para dos o tres personas con este exiguo monto de inversión?
           No estamos idealizando nada. Sabemos muy bien que los ingresos que se obtienen en muchas de estas pequeñas unidades económicas son exiguos, a menudo inferiores a los que proporcionan las empresas a sus trabajadores, y que la jornada de trabajo suele prolongarse más allá de las normales ocho horas diarias. Sabemos también que la previsión y la salud no está cubierta para la inmensa mayoría de los trabajadores de la economía popular.
           Pero sabemos también que hay un proceso lento pero seguro de mejoramiento. La mayoría de ellos comenzó a trabajar de este modo cuando quedaron desocupados en alguna de las crisis de empleo que se produjeron en los años setenta y ochenta. Los muy reducidos ingresos que así empezaron a obtener eran "algo", lo cual constituía una situación mejor a la de no obtener ninguno en estado de desempleo. Al comienzo, sus ingresos son tan bajos e inciertos que en su gran mayoría piensan su ocupación "informal" como transitoria y no dejan de buscar y esperar asalariarse. Pero a medida que van aprendiendo, descubriendo oportunidades, expandiendo su clientela, incrementando su productividad, perfeccionando la calidad de sus productos y servicios, gestionando mejor su trabajo, los ingresos aumentan y la actividad se estabiliza. Aprecian las ventajas de trabajar "sin patrón", administrando su propios horarios y tiempos de trabajo. Se dan cuenta de que el esfuerzo sostenido es recompensado, y de que lo que obtienen depende sobre todo de ellos mismos. Van ampliando lentamente sus mercados y hacen sacrificios notables para incrementar sus medios de trabajo y su producción. Arriesgan... y a veces les resulta. Ven como a su lado nacen iniciativas similares a las suyas, muchas de las cuales parecen tener éxito. Escuchan hablar de talleres laborales y de microempresas, y "se la creen". Conocen instituciones y organismos que ofrecen servicios de capacitación, asistencia técnica, créditos accesibles, y se vinculan a sistemas de apoyo. Empiezan a relacionarse con otros trabajadores que han emprendido el mismo camino, y forman asociaciones de microempresarsios, coordinadoras de talleres, sindicatos de artesanos y trabajadores independientes. Organizados, pronto comienzan a ganar espacios de comercialización, en ferias libres y de artesanos, en kioskos y locales, en eventos públicos, calles y plazas, en mercados locales.
            Hacen proyectos, crecen sus expectativas, sueñan y trabajan. Se olvidan de buscar trabajo: ya no quieren, e incluso no se imaginan, volver a ser asalariados.7*
           La encuesta de empleo del Programa de Economía del Trabajo de 1992, indagó la situación de los "trabajadores informales" llegando a establecer el siguiente panorama. En primer lugar, la estabilidad de la ocupación es en promedio mayor que la de los trabajadores dependientes, alcanzando en un 63 % a más de 24 meses, contra sólo el 57,1 % en el sector "formal". Interrogados sobre su disposición a aceptar una oferta de trabajo en una empresa en el nivel correspondiente a su calificación, el 68.8 % aseguró que no lo aceptaría, proporcionando los siguientes motivos: el 29 % por el nivel de salarios; el 33,7 % porque desea mantener la independencia; el 20,2 % por la libertad de horario; y el 17,1 % por otras razones, siendo la situación prácticamente la misma en hombres y mujeres. La cifra es aún más significativa si se tiene en cuenta que dicho promedio del 68.8 % está afectado hacia abajo por la situación de los informales con menos de um mes de duración en el trabajo, donde el 75 % desearía emplearse. Interesante es también observar que la preferencia por el autoempleo se manifiesta aún cuando los niveles de ingreso resultan menores que los salarios.
           Sería interesante hacer la pregunta al revés, interrogando a los trabadores asalariados si estarían dispuestos a trabajar en un pequeño taller o microempresa propia, si en ella pudieran obtener ingresos equivalentes a su actual remuneración. Probablemente serían bastantes los que no dudarían en preferir la autonomía. De hecho, no son pocos los trabajadores que están seriamente pensando en dejar sus actuales ocupaciones para explorar el camino de la microempresa.
           ¿Qué significa todo esto? Algo de gran importancia: que la economía popular ha empezado a competir eficazmente en el mercado del trabajo. Si en la competencia del mercado de productos logran con dificultad entrar y hacerse espacio mediante la diferenciación de los productos y servicios que ofrecen y adaptándose a demandas particulares, es en la competencia por las personas donde estas formas económicas han comenzado a ganarle a las empresas mayores.
           ¿Constituye esto un peligro para las empresas de capital cuando los índices de desocupación han disminuído y la economía se aproxima a una situación de pleno empleo? No un peligro, pero sí un desafío nuevo e importante. Las empresas y el Estado deberán preocuparse seriamente de mejorar las remuneraciones y las condiciones de trabajo que ofrecen a sus trabajadores. Por de pronto, es un hecho que las remuneraciones que actualmente pagan son superiores a las que podrían ofrecer si no existiera la economía popular, pues habría una enorme fuerza laboral desocupada. En el futuro y si la economía "formal" continúa expandiéndose, una de las cuestiones principales que deberá enfrentar será precisamente la de crear condiciones que le permitan atraer a los trabajadores, a los técnicos, a los ingenieros que necesitan. Porque también a nivel profesional la atracción por el trabajo autónomo y la microempresa ha comenzado a manifestarse, como lo hemos apreciado en nuestra experiencia docente con los estudiantes y egresados de ingeniería industrial de la Universidad de Chile.8*
           Existe para las empresas otra posibilidad: la contratación de talleres y microempresas para la producción de piezas y partes y para la realización de diversos servicios. Ello corresponde, por lo demás, a la actual tendencia a la flexibilización de las empresas, que buscando la máxima rentabilidad de sus inversiones las concentran en aquellas actividades donde el capital puede obtener los mayores rendimientos, mientras subcontratan aquellas actividades y servicios que pueden obtener a bajos precios en un mercado altamente concurrencial. Esto permite una vinculación interesante entre la economía popular y el sector moderno, de la cual la primera puede beneficiarse durante un tiempo, pues le abre oportunidades de mercado y de aprendizaje. Sin embargo, en términos de mediano y largo plazo no parece ser éste el destino ni la conveniencia de los talleres y microempresas, pues a las empresas mayores este modo de operar les conviene sólo si los costos del trabajo externo les resulta inferior al que alternativamente tendrían si internalizaran dichas prestaciones. En razón de esto, un funcionamiento subordinado de la microempresa respecto a las empresas mayores en los referidos términos, les pone un "techo" en el logro de su objetivo de obtener beneficios superiores a los que les ofrece el trabajo dependiente.
           El mercado "natural" de los talleres es otro: el que constituyen los propios sectores populares en cuyo seno se hallan insertos, donde pueden desplegar sus propias ventajas comparativas, y donde las necesidades que atender son inmensas, ofreciendo productos y servicios simples para la satisfacción de demandas básicas. La economía popular, constituída por cientos de miles de personas y familias que trabajan y progresan lentamente, va configurando su propio mercado. No significa esto, por cierto, que ellos deban restringirse a estos mercados locales y populares, pues en la diversidad de iniciativas y experiencias existentes y posibles, muchos pueden encontrar también una adecuada demanda en los otros sectores del mercado interno y externo donde puedan aprovechar espacios y oportunidades.
           El mercado no es un "mecanismo automático" que funciona en base a abstractas variables de oferta y demanda, sino una construcción social donde participan personas y familias que producen y consumen, conforme a sus propios modos de ser, de relacionarse y de hacer las cosas. Los valores, las ideas, las costumbres, las aspiraciones y proyectos, son parte del mismo. Los productores y los consumidores de la economía popular, pueden entonces desarrollar formas de relación e intercambio que correspondan mejor a la cultura popular de cuanto lo hacen las empresas que construyen su mercado mediante sofisticadas y costosas técnicas de marketing y publicidad. El mundo popular, con sus carencias y potencialidades, con su pobreza y sus necesidades insatisfechas, con sus peculiares modos de articulación en que la reciprocidad y la solidaridad están más desarrolladas que en el mercado anónimo del capitalismo, tiene la posibilidad de desplegar nuevas formas de producir, de vender y de consumir. Las perspectivas del "buen trabajo", del "buen consumo" y del "buen comprar y el buen vender", pueden llegar a ser algo más que nobles ideales.
           En cuanto a los talleres y microempresas como tales, a partir de la extrema precariedad en que han nacido y en que se encuentran aún muchos de ellos, no tienen sino un futuro mejor que el actual. Tratándose de unidades económicas basadas en el trabajo, en los factores humanos de los mismos integrantes, y en un "capital" propio constituido con gran esfuerzo personal y con apoyo solidario, su desarrollo requiere sobre todo el incremento de la productividad de cada uno de estos factores y una más eficiente combinación entre ellos. La fuerza de trabajo se perfecciona con el ejercicio y la práctica laboral, y también mediante la capacitación y el aprendizaje en instancias formales; las capacidades de gestión, que son tal vez el más precario de los recursos con que parten estas iniciativas, experimenta un desarrollo natural a través del tiempo como resultado del aprendizaje de "ensayo y error", y puede también perfeccionarse mediante la capacitación formal; la apropiación y dominio de las tecnologías empleadas, la ampliación progresiva de la información que manejan sobre el mercado y sus oportunidades, la adopción de más adecuadas formas de organización del trabajo y de cada una de las funciones económicas necesarias, son también procesos naturales; en fin, el incremento de los medios materiales y técnicos de trabajo, como resultado del esfuerzo interno y del acceso a líneas solidarias de financiación, se va verificando día a día aunque sea lentamente; todo eso abre a los talleres y microempresas un camino de desarrollo progresivo y de creciente eficiencia operacional.9*
           No llegarán -excepto unas pocas- a ser pequeñas ni medianas empresas capitalistas, que enriquezcan a sus propietarios a costa de la subremuneración del trabajo dependiente. Mucho mejor que éso, serán siempre talleres y empresas pequeñitas pero eficientes, que permitirán a sus integrantes desarrollarse como trabajadores empresarios que obtendrán con su esfuerzo salir de la pobreza y mejorar progresivamente sus condiciones y calidad de vida.
           Pero no son solamente estos aspectos económicos los que inciden en el futuro de los talleres y microempresas de la economía popular. Ellos tienen, además de la eficiencia y potencialidades económicas que hemos destacado, otra eficiencia y perspectivas que es preciso no olvidar y que pueden ser incluso más importantes que aquellas. Nos referimos a la dimensión del desarrollo personal y social que implican. En efecto, quienes hemos trabajado junto a estas experiencias a lo largo de años, hemos podido comprobar reiteradamente su impacto humano y social. Son muchos los que han transitado desde una estado de bajísima autoestima generada por la desocupación prolongada, a otro en que han descubierto sus propias fuerzas y capacidades, desarrollando capacidades de trabajo, iniciativa, creatividad y gestión de actividades complejas.
           Desde un punto de vista social, la economía popular ha contribuido como ningún otro proyecto o programa de acción social, a la superación de la pobreza y la desocupación, involucrando en ello el esfuerzo de los propios interesados. Si la desocupación a nivel nacional ha llegado a los más bajos índices históricos del país, debe reconocerse que ello es debido más que a la dinámica de la economía formal, a la existencia de un sector de trabajo independiente y microempresario que da ocupación a más del 40 % de la fuerza de trabajo del país. A este nivel macro, la eficiencia de esta economía es tan sorprendente como la que analizamos a nivel microeconómico.
           Desde el punto de vista social, ha de reconocerse, además, que ella está contribuyendo a un proceso multiforme de organización popular altamente constructiva y a la generación de un tejido social de características nuevas y grandes potencialidades en términos de integración social y de equidad.
           ¿Qué hacer, pues, frente a esta realidad promisoria? Responder a esta pregunta trasciende las posibilidades de este artículo. Nos limitamos a señalar que el Estado, los organismos no-gubernamentales y todos los sectores interesados en la superación de la pobreza y el desarrollo nacional, debieran atender especialmente a aquellos aspectos que inciden más directamente en su desarrollo: la capacitación, la asistencia técnica, la provisión de recursos financieros en los términos que señalamos, la valoración cultural de este proceso, la apertura de oportunidades en múltiples dimensiones, que resultan fáciles de descubrir cuando se tiene real interés en hacerlo.
           En términos más globales: dejemos de crear o fomentar la ilusión de que los trabajadores que han optado por generar su propio taller o microempresa llegarán a ser un día grandes y exitosos empresarios capitalistas. Busquemos en cambio desarrollar sus características propias, en coherencia con una racionalidad económica altamente eficiente. Ello implica, básicamente, reconocer que se trata de una búsqueda de formas de trabajo autónomo, de talleres y microempresas basadas en el trabajo. "
           Nos queda un importante tema por analizar. El futuro y las perspectivas de desarrollo de los talleres laborales y microempresas de la economía popular están fuertemente condicionados por la cuestión de su legalización e institucionalidad. A ello dedicamos un último parágrafo.
           Sobre la legalización e institucionalidad de los talleres laborales y microempresas de la economía popular.
           La economía popular, constituida por una multitud de pequeñas experiencias productivas, comerciales y de servicio a través de las cuales trabajadores desocupados, dueñas de casa, grupos familiares y asociaciones solidarias buscan generarse ingresos y satisfacer sus necesidades económicas, nace en la informalidad. Es el resultado de la reacción espontánea del mundo popular, ante una profunda transformación de los mercados y la economía que significó la marginalización y exclusión de un elevado porcentaje de la población. Los datos estadísticos, basados en diferentes criterios operacionales, señalan que entre el 30 y el 50 % de la fuerza de trabajo del país participa en alguna de estas formas de economía popular. Se trata no solamente de un hecho económico sino también de un verdadero fenómeno sociológico: un proceso de activación y movilización económica del mundo popular, estrechamente relacionado con el problema de la pobreza y la marginalidad. Esta dimensión sociológica del fenómeno debe ser tenida muy en cuenta al tratarse de su institucionalidad: no es cuestión de pensar solamente en el taller o microempresa en su individualidad.
           Definido por algunos autores precísamente en base al rasgo de la informalidad, existe actualmente una difundida preocupación por la formalización (legalización e institucionalización) de estas experiencias. Las razones son varias. Ante todo, el hecho de que un fenómeno económico y social de estas dimensiones no parece poder estabilizarse y permanecer en el tiempo ajeno a toda normativa y control. También, porque existe la presión de otros sectores (comerciantes establecidos, vecinos, empresarios, etc.) que ven en estas actividades algún grado de competencia o dificultad. El mismo Estado se preocupa de la cuestión tributaria, especialmente en cuanto algunas de estas actividades abren oportunidades de evasión para empresas mayores que abastecen a los pequeños productores y comerciantes. Finalmente, porque los mismos talleres y microempresarios, al crecer y consolidar su actividad económica, requieren en muchas ocasiones operar con plena legalidad, y porque, además, se presentan problemas relacionados con la previsión social y el acceso a los servicios de salud. Sin descuidar el hecho de que muchas de estas actividades son a menudo objeto de control y represión policial y que, en cuanto permanezcan en la informalidad, no se le reconocen derechos ni pueden exigir ser respetadas.
           Varios organismo de apoyo, tanto privados como no-gubernamentales, municipales y de gobierno central, están promoviendo activamente la legalización de los talleres y microempresas, y un porcentaje no irrelevante de ellos ha dado al menos el primer paso a su formalización cual es la "iniciación de actividades" ante Impuestos Internos. Bastantes menos son los que mantienen formalizadas las relaciones laborales, y menos aún las que han constituido sociedades que regulan la relación entre sus miembros. La mayor parte, probablemente los dos tercios del total (es el porcentaje que resulta de comparar la cifra de las microempresas legalizadas con el dato estadístico de las unidades existentes en el sector) permanece en completa informalidad. Estamos hablando, aproximadamente, de 800 mil unidades en el país.
           Las razones que tienen los protagonistas para permanecer en esta situación son varias. Entre otras, y sin que la enumeración implique un orden de importancia ni de significación estadística, las siguientes: En primer lugar, los costos mismos de tramitación de la formalización. En segundo lugar, el no disponer de las condiciones mínimas que les permitan la obtención de las correspondientes autorizaciones. En tercer lugar, la reducción de los márgenes de ganancia, por los impuestos que deben pagarse. En cuarto lugar, el simple desconocimiento de los procedimientos a seguir. En quinto lugar, la no percepción de ninguna necesidad ni utilidad de efectuarla. En sexto lugar, las implicaciones que tiene la formalización en cuanto a modificaciones que deben introducirse en el sistema de administración y contabilidad. En séptimo lugar, la pérdida de ciertas ventajas que a menudo tiene el operar informalmente. En octavo lugar, la inadecuación de las formas jurídicas existentes a los modos de ser, de organizarse y de operar de las unidades económicas. En noveno lugar, un cierto temor no bien definido, que asocia confusamente la formalidad al incremento de ciertos riesgos y al control de que pueden ser objeto. En décimo lugar, una barrera cultural que impide la incorporación a un universo de sentido y de relaciones del que no se forma parte y que se desconoce.10*
           Tanto las razones de quienes promueven la formalización como este conjunto de otras que explican las reticencias a efectuarla por parte de los afectados, son fuertes y consistentes. Ello implica la existencia de una suerte de conflicto latente, que por lo demás ha empezado a manifestarse incluso con cierta intensidad, entre dos orientaciones y tendencias: por un lado, aquella que busca, promueve, induce y exige la formalización y que se despliega mediante una acción relativamente sistemática y organizada impulsada desde arriba, y por el otro, desde abajo, aquella más bien difusa, dispersa y atomizada pero no por éso débil, que rehuye, se resiste y busca mantenerse en los espacios de la informalidad.
           Por parte del poder público existe una manera fácil pero simplista de encarar el problema. Consiste en la vieja táctica de combinar bastón y zanahoria: reprimir las actividades que no cuentan con adecuado status legal, impedirles su desarrollo negándole permisos y oportunidades, utilizar las fuerzas del orden público y del control administrativo para sancionarlas, y junto a ello condicionar los apoyos, el financiamiento a proyectos, la participación en actividades y eventos, a la regularización de las organizaciones. Es lo que suele hacer el Estado, en todas partes del mundo, ante fenómenos y procesos sociales que no controla y en los que percibe alguna potencial amenaza.
           Pero sería ésa una respuesta perfectamente torpe en cuanto al uso del bastón, inadecuada en cuanto a la zanahoria. En efecto, estamos ante un fenómeno y proceso social multitudinario, que en sí mismo no puede ser considerado negativo ni amenazante sino, al contrario, aportador de soluciones a graves problemas económicos y sociales (pobreza, desocupación, etc.), legítimo y constructivo en lo fundamental, que contribuye consistentemente al desarrollo de las personas, del tejido social y de la sociedad civil. Condicionar los apoyos a la formalización de las iniciativas implica desconocer los problemas reales y la validez de las razones que tienen muchos para no dar el paso a la plena legalidad. Hay, al respecto, dos aspectos claves que deben ser considerados.
           El primero, que el nacimiento y desenvolvimiento informal de gran parte de la economía popular es una condición de su propia existencia, en el marco de las actuales condiciones económicas y jurídicas. Los márgenes de ganancia y remuneración del trabajo propio son reducidos, y cualquier incremento en los costos (pago de impuestos, cumplimiento de las leyes laborales, costos de contabilidad, etc.) puede hacer inviables experiencias que trabajosamente luchan por subsistir y consolidarse en el mercado. No debe olvidarse que la economía popular surge de la pobreza, de la desocupación, de la falta de oportunidades en, y la marginación de, los procesos del sector moderno de la economía.
           Se dirá que la formalización es un paso a la integración y que abre oportunidades. En muchos casos es cierto; pero en tales casos podemos estar seguros de que la formalización la efectuarán los interesados por propia iniciativa, respondiendo a sus necesidades y búsquedas. En muchísimos otros casos las iniciativas del trabajo por cuenta propia, de las microempresas familiares, de los talleres y organizaciones económicas populares, responden a oportunidades ofrecidas por "intersticios" del mercado que la formalización podría definitivamente cerrar.
           El segundo aspecto a considerar, tan importante e incluso más que el primero, dice relación a las características y racionalidad especial de las experiencias de la economía popular. Como hemos visto, ellas no son "empresas" (sólo que pequeñitas o "micro") en el sentido convencional en que se entiende una empresa. No son una inversión de capital que busca maximizar su rentabilidad, sino una alternativa laboral, una inversión de trabajo y recursos humanos propios, un modo de ocupar de manera autónoma, a nivel personal, familiar o grupal, la propia fuerza de trabajo que por diversas circunstancias no puede o no desea ser ocupada de manera dependiente o asalariada. De este hecho esencial depende toda una serie de aspectos de la organización y modo de funcionamiento de los talleres o "microempresas" en referencia: un modo de tratar el capital y el trabajo, un modo de distribución de las utilidades, una manera de relacionarse con el entorno, una forma de contabilidad y cálculo, etc. que responden a una lógica propia y distinta a la de las empresas y unidades económicas convencionales.
           Como las varias legislaciones que regulan las actividades económicas y laborales a través de las cuales podrían actualmente formalizarse, no han sido elaboradas ni corresponden a esta particular racionalidad económica, su formalización en el marco jurídico e institucional existente plantea serias consecuencias que es preciso considerar. Tanto la legislación relativa a las empresas como la que se refiere al trabajo les resultan inapropiadas: han sido elaboradas y dictadas en función de otro tipo de relaciones, procesos e iniciativas. Exigir, por ejemplo, la aplicación de la normativa del trabajo a las relaciones laborales que se establecen en una microempresa familiar donde la economía doméstica se entrelaza indisolublemente con la gestión de la pequeña unidad económica, carece de realismo.
            La formalización en el marco de la legislación existente comporta implícitamente la inducción a un cambio de racionalidad organizativa y operacional que puede tener tres efectos no deseables: a) Puede significar que la unidad económica se torne inviable económicamente, porque su actual viabilidad está dada por una operación consecuente con su propia lógica de funcionamiento; b) Puede implicar el establecimiento de una dualidad interna que dificulta la gestión, en cuanto las unidades adopten "hacia afuera" un modo de ser determinado por la ley, mientras "en lo interno" mantengan sus propios modos de funcionar; c) Puede llevar a una transformación estructural de la unidad económica que signifique la pérdida de importantes valores implicados en su propia racionalidad, cuales la familiaridad de las relaciones, la solidaridad en sus operaciones, la centralidad del trabajo, la dimensión de desarrollo personal y comunitario, la gestión participativa, etc.
           Entre la mantención de la informalidad con todos sus problemas y limitaciones, y la inducción de una formalización que tiene serias consecuencias ¿existe una alternativa? Obviamente la solución del dilema y de los conflictos potenciales pasa por un camino de búsqueda, elaboración y constitución de formas jurídicas e institucionales apropiadas, nuevas, que respondan con realismo y delicadeza a la magnitud, heterogeneidad y especificidad del fenómeno en referencia, y que tengan adecuada consideración de la racionalidad particular de estas iniciativas y experiencias económicas que no sólo presentan grandes potencialidades de desarrollo, sino que ofrecen además insustituibles aportes ante graves problemas y crisis que afectan a nuestra sociedad. Dicho en otros términos, el camino no es la adaptación y conformación de las experiencias sociales a marcos legales anteriores que no han sido pensados ni preparados para ellas, sino la adaptación y conformación de los marcos jurídicos a una realidad aportadora de importantes valores y soluciones a problemas reales de nuestra sociedad.
           Al respecto, algunas breves pero importantes indicaciones de carácter metodológico.
           En primer lugar, la indispensable flexibilidad frente a un fenómeno social multifacético y heterogéneo que no puede ser encuadrado en normas e instituciones rígidas. La economía popular es un proceso que se despliega con alta creatividad, explorando caminos, experimentando soluciones, modificando sobre la marcha organización y actividades. Precísamente por esto, requiere de normas extremadamente simples y generales que la enmarquen.
           La experiencia de la legislación cooperativa en muchos países, que por un exceso de complicación y rigidez de las normas que tendían a garantizar la genuinidad del fenómeno lo ha comprimido y limitado en su expansión y eficiencia, debe enseñarnos a evitar una legislación particular que otorgue mucha fuerza a las ideas y valores pero deje pocos espacios a la vida y la creatividad.
           En segundo lugar, la indispensable participación de los sujetos involucrados, en la elaboración de las formas apropiadas a su propio desarrollo. Nadie conoce mejor las necesidades, problemas y conflictos a los que debe responder cualquier institucionalidad particular, que los propios afectados e interesados en ella. La cultura, las costumbres, las prácticas sociales, los modos de pensar, de sentir y relacionarse, que se manifiestan en este proceso de activación económica del mundo popular, debieran permear las normas, leyes e instituciones que han de regir estas actividades y unidades económicas.
           Debemos aprender al respecto de la experiencia de la reforma agraria, cuya legislación adoleció de la consideración adecuada de los modos de ser, las costumbres, la cultura y las capacidades de los campesinos, lo cual dificultó significativamente el logro de sus objetivos e implicó incluso agudizar el deterioro de varias formas de la economía campesina.
           En tercer lugar, la indispensable atenta consideración y respeto de la racionalidad especial de estas experiencias económicas, en las que se expresa una lógica popular en el modo de hacer las cosas y de organizar la acción, una particular comprensión del trabajo y la economía, importantes valores de solidaridad y apoyo mutuo, un modo especial de articulación entre la competencia y la cooperación, un complejo entrelazamiento de las relaciones de mercado con otros circuitos de donaciones, reciprocidad, autoconsumo, subvenciones públicas, etc. El estudio riguroso del fenómeno y la consulta a quienes lo han comprendido y están comprometidos en su apoyo es también insustituible.
           Para terminar, algunas sugerencias simples pero de alta eficacia promocional que podrían ser estudiadas.
           Como se trata de unidades económicas que en la mayoría de los casos operan a nivel local, tal vez bastaría que su reconocimiento institucional se cumpla con su inscripción en un registro municipal de trabajadores independientes, talleres laborales y microempresas. El solo hecho de estar inscrito en tal registro debiera significar su reconocimiento como actividad económica legítima.
           Teniendo en cuenta los bajos niveles de capital con que operan y las reducidas ganancias que obtienen sus titulares, las operaciones y ganancias debieran estar liberadas de impuestos. Naturalmente, tal franquicia ha de regularse cuidadosamente en base al cumplimiento de ciertos requisitos, por ejemplo, que la unidad económica disponga de un capital fijo menor de 500 U.F.; que en ellas trabajen directamente sus propietarios, pudiendo considerarse como tales a otros integrantes de la unidad familiar, pero excluyendo trabajadores externos contratados; que se trate de actividades de producción de bienes o servicios, excluyendo las operaciones de intermediación; que la unidad económica tenga su sede en la casa habitación de alguno de sus titulares, en un local o recinto comunitario, o en un espacio público.
           Atendiendo al hecho que se trata de unidades económicas basadas en el trabajo, que surgen como alternativa al trabajo dependiente, la legislación pertinente debiera insertar estas actividades en los sistemas de seguridad, salud y previsión social, así como en sus formas de organización (sindicatos, gremios y asociaciones). La sede fundamental de la institucionalidad de la economía popular tal vez debiera ser la legislación laboral (especialmente ampliada y adaptada al efecto), más que la legislación comercial y tributaria.
           Para las unidades económicas asociativas, constituídas por un pequeño número de socios o por un grupo mayor de personas que realizan una actividad de beneficio común y comunitario, podría establecerse un procedimiento muy simple (a nivel notarial o municipal) que regularice y amplíe la validez jurídica de las llamadas "sociedades de hecho" basadas en el acuerdo simple de las voluntades de los participantes.
            El futuro de los talleres y microempresas depende fundamentalmente de sus protagonistas; pero también de la sabiduría con que actúen quienes están interesados en promoverlas.

NOTAS
      1  * Un estudio efectuado en noviembre de 1993 por la Fundación Trabajo para un Hermano sobre un programa de promoción de 426 microempresas de sectores populares de Santiago, ejecutado por la Fundación y apoyado por el FOSIS, indica que el patrimonio medio de las microempresas estudiadas es de 848.000 pesos, y el patrimonio que sostiene cada puesto de trabajo es de 452.000 pesos. El promedio de ventas mensuales de de 416.000 pesos.
      2  * Cabe advertir que en cualquiera de estos casos puede haber contratación de personal externo; pero esto no afecta esencialmente la situación, pues dicho personal, en cuanto externo, no está involucrado directamente en la definición del objetivo de la unidad. Respecto a ellos la pequeña unidad económica debe garantizar el cumplimiento de los compromisos contraídos y el pago de sus remuneraciones; el beneficio de la unidad económica empieza después de que dichos compromisos y pagos han sido cumplidos. Podemos, pues, teóricamente, analogar esta situación a aquella en que la persona (el trabajador por cuenta propia, el artesano), la familia o la organización social, son los únicos sujetos que participan en la empresa.
      * Esto no constituye novedad teórica alguna. El objetivo de toda actividad económica es en definitiva la satisfacción de necesidades, mediante un resultado operacional que proporciona utilidad. La diferencia respecto a otros tipos de empresas, es que en los talleres y microempresas que aquí consideramos, los objetivos de la empresa no se distinguen de los propios de las personas que la constituyen. Esto en razón de que la empresa se constituye esencialmente como unidad de inversión y gestión de los propios recursos humanos y no de activos económicos objetivados y separados de los sujetos que los poseen.
      3*  Los conceptos básicos de este modelo fueron propuestos por A.V.Chayanov para las unidades familiares de la economía campesina. Cfr. La organización de la unidad económica campesina, Ediciones Nueva Visión SAIC, Buenos Aires, 1974, págs. 84-86.
      4  * Cfr. Empresas de Trabajadores y Economía de Mercado, ediciones PET, segunda edición 1992, cap. 3, donde demostramos analíticamente que el proceso de reinversión de utilidades en las empresas basadas en el Trabajo, da lugar a la formación de un "capital" no capitalista. En otros términos, que el "capital" que se constituye en base a la reinversión de las utilidades generadas por el propio trabajo asume la forma económica de "trabajo propio acumulado", que es tratado en dichas empresas con la misma lógica de valorización del trabajo directo.
       * En efecto, éstas cifras corresponden exactamente al monto superior de crédito y a la tasa de interés que actualmente (el día 20 de diciembre de 1993) ofrece una institución bancaria que en Chile opera con microempresas. Para comprender estas cifras en todo su significado, debe tenerse en cuenta lo siguiente: a) el IPC del mes de noviembre fué de 0.1 %, y el acumulado de los últimos 12 meses alcanzó 12.1 %. b); La tasa de interés ofrecida por este banco a
       5  * las microempresas es a la fecha de 3,96 % mensual. c) El mismo banco opera con las empresas medianas y grandes con una tasa que oscila entre 1,25 y 1,55 % mensual. d) Las operaciones del banco en su línea para microempresas se encuentran subsidiadas por el FOSIS (Fondo de Solidaridad e Inversión Social), de manera que por cada crédito concedido, el banco obtiene un subsidio que asciende a 55.000 pesos. La razón de este subsidio está en que las operaciones por montos pequeños implican un costo de administración más alto.
      6  *  Después de este análisis cabe preguntarse si, mirado desde el punto de vista de la banca comercial, ella pueda cumplir algún papel en el fomento y desarrollo de los talleres y microempresas de la economía popular. Sin subsidios públicos, ella deberá operar necesariamente con tasas de interés altísimas; el único sentido que se nos ocurre pensar que esto tenga, sería el que ella, aceptando obtener bajísimas utilidades por hacerlo, pueda sustituir con ventajas comparativas para el microempresario, a los oferentes de crédito informal (llamados habitualmente "usureros") a que en ocasiones se ven obligados los trabajadores independientes y los pequeños talleres. Diferente puede ser el caso para la banca estatal, donde se abre una posibilidad muy interesante en la medida que esté dispuesta subsidiar con recursos propios la tasa de interés que ofrezca al pequeño productor. Consistiría en operar en combinación con las entidades no-gubernamentales interesadas en el desarrollo de la economía popular, de manera tal que, básicamente el Banco del Estado se responsabilice de otorgar y administrar créditos muy pequeños, en convenio con una red de ONGs que garantice los servicios complementarios, en los términos que se indican más adelante.
       7  * Esta eficiencia se explica en razón de la elevada productividad que puede llegar a tener el trabajo autónomo en combinación con pequeños montos de capital. En este sentido, cabe señalar que resulta fundamental la proporcionalidad existente entre ambos factores. El estudio mencionado de la Fundación Trabajo para un Hermano enseña que en las microempresas la relación ingresos patrimonio es decreciente, esto es, que cada peso adicional de ingresos requiere de un monto proporcionalmente mayor de capital.
       8  *Hay que señalar, sin embargo, que solamente un sector de los trabajadores preferirán y estarán en condiciones de realizar su trabajo de manera independiente. En efecto, el trabajo dependiente ofrece un conjunto de ventajas en términos de seguridad del ingreso mensual, de menor esfuerzo laboral, de participación en otro tipo de relaciones, que para muchos trabajadores lo hace preferible a una alternativa que implica riesgos significativos. Además, es obvio que no todas las personas están dotadas de las capacidades creativas y de iniciativa emprendedora indispensables para trabajar de manera autónoma.
      * La comprensión de estos efectos de la economía popular sobre el mercado del trabajo, por parte de los trabajadores de los sectores privado y público y de sus organizaciones, es importante para que en el futuro pueda desarrollarse una más fluida vinculación entre las distintas modalidades (independiente, asociativo y asalariado) que asume actualmente el trabajo. A este respecto, cabe señalar también que el hecho de que muchos trabajadores independientes, artesanos y microempresarios opten por dar a sus organizaciones de representación la forma de sindicatos, pone de manifiesto su autoidentificación como trabajadores y cierta "conciencia de clase". En este sentido, el Programa de Economía del Trabajo ha venido desarrollando una concepción amplia del "movimiento laboral", en una
      9  * perspectiva de articulación nueva entre el movimiento sindical, el cooperativismo y las organizaciones económicas populares.
      10  * " La perspectiva de que la economía popular llegue a ser parte de una más amplia economía de solidaridad y trabajo, así como su contribución potencial a un desarrollo alternativo, la hemos examinado en un trabajo anterior. Cfr. De la Economía Popular a la Economía de Solidaridad en un Proyecto de Desarrollo Alternativo, Ediciones PET, 1993.
      Este artículo fue publicado en Economía & Trabajo, Año 2, N° 3, 1994, PET, Santiago de Chile